Poco hay que decir sobre los ladrillos. Básicamente hay que saber que se obtienen de la arcilla, que se le da un moldeo para darle la forma deseada, y luego se cuece para que se endurezca. Naturalmente su calidad depende del tipo de arcilla (mezcla de tierra y agua), y con ella lo que se le añade (generalmente aún producto cementoso) y del cocido. También se la puede dar un determinado color, añadiendo alguna sustancia colorante, aunque generalmente suele tomar ese color cerámico característico que indica su origen en la arcilla. Estamos hablando de lo que en Cataluña llamamos el “tocho”, que puede ser una tochana, un gero, un mahón, un machihembrado, un macizo de obra-vista, etc…
Antiguamente se construía con la única materia prima que había para la construcción: las piedras, pero luego se pudo inventar el ladrillo al darle la forma y el peso deseado. Era una tarea sucia y penosa, en la que la tierra se mezcla con agua y con restos de paja de la cosecha del trigo, removiéndola bien removida antes de colocarla en moldes que se metían en calurosos hornos.
Los hay que son macizos y otros que son huecos. Los huecos cumplen dos funciones básicas: por un lado un mejor agarre del mortero en los bordes que facilita la unión entre distintos ladrillos, y por el otro lado tienen la función de aislamiento así como una reducción del paso de la humedad al estar hueco una buena parte de lo que es el conjunto del ladrillo.
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