Que gremio de la construcción está de capa caída, eso lo sabemos todos, pero los que salen adelante, lo intentan haciendo lo más demandado desde siempre: las pequeñas chapuzas. Todo empieza cuando llegas al lugar en cuestión y lo primero que dices es "¡Hola!, somos los paletas", y tras entrar y mirar:
-Señora, vaya chapuza le han hecho a ustedes. No sé si se la podré arreglar, pero lo intentaremos.
Eso o algo parecido, es lo primero que dice el operario al ama de casa que le ha llamado para arreglar cualquier avería de la casa, con el argumento de que el marido le había hablado de él como un profesional muy bueno, y que “quiere que nos lo arregles, ¡¡túuu!!!”. Al menos esto es lo que oí una vez sobre cómo no se buscaban a otro paleta para arreglarle sus problemas domésticos.
-Bueno, estoy segura de que usted nos lo puede arreglar, le dice al paleta.
Una vez mirado el problema, casi siempre sale la expresión de “¡vaya chapuza le han hecho a usted!”, o algo parecido. Como si el modo de enfrentarse a un problema del paleta español sea denigrar al que le ha precedido. No sólo hay en ello algo tan típico en nosotros como el desprecio a los demás, sino también una coartada para el caso de que no sepamos luego cómo solucionarlos.
- ¿No querrá usted un café?. El paleta acepta el café y se pone a hablar de la cantidad de chapuceros que circulan por esos mundos de Dios, desarreglando más que arreglando las cosas. Y tiene toda la razón del mundo, pues hay que echarse a temblar cuando le viene a uno alguien a casa a arreglar algo. En el mejor de los casos se lo arreglará. En el peor, se lo estropeará todo. Pero si se lo arregla, siempre le estropeará algo a cambio. Por ejemplo, si le hace una regata, inesperadamente le rompe el tubo del teléfono que pasaba por ahí. Si le coloca una rajola que se había caído, la siguiente la dejará un poco salida. Esto es como si pretendieran dejar la huella de su paso, aunque en cada profesional que tiene su propia personalidad, ese blog no quiere entrar a cuestionar, salvo poner sobre aviso por si se tiene la mala suerte de quien se le haya colado en el remiendo sea un verdadero chapucero. Se quejará de la chapuza que ya habían dejado anteriormente, cuando resulta que era él mismo el que lo arreglo y desarregló la última vez (tan mal les va la memoria a algunos, y yo me he encontrado a muchos así criticando lo que en realidad había sido su propia chapuza).
Pero, vamos, no todos son malos profesionales, sino que también existen unos verdaderos magos de la improvisación: Te tiene que observar previamente cada cosa que quiere que le hagas o le montes, y sin leerse siquiera las instrucciones (que muchas veces viene en incomprensible lenguaje lleno de tecnicismos, y hasta en el peor de los casos en extranjero), te lo materializa, le da forma y te lo deja bien para toda una generación antes de que se rompa o estropee de nuevo. Porque como cada caso es un mundo diferente, aquí hay que saber tener la virtud de la improvisación y salirse ejecutando y materializando cada cosa.
Claro que entre la mayoría de los operarios de ese gremio de "paletos", por no decir paletas, no existe el orgullo del trabajo bien hecho y bien mirado, puede decirse que practicamente no hay el orgullo de ninguna clase de trabajo, y menos por uno tan duro como es el de la albañilería. Hay, desde antiguo, el orgullo de no trabajar y abundan los individuos que presumen de no dar golpe. Siendo incluso admirados por el resto de la sociedad, que envidian y valoran al mismo tiempo al que puede vivir como un zángano sin aparentemente dar golpe, y de lo que está muy lleno ese mundo.
Sino preguntar, por ejemplo, a aquellos profesores que dan cursillos de formación a cargo de las instituciones públicas para los paletas en paro, y seguramente que os dirán que son unos marranos, que rompen incluso las sillas en las que se sientan y comparten con otros, y que lo único que les interesa del cursillo es cobrar la subvención.
La gandulería es tan extendida, que me acuerdo de unos lampistas que tenían que montar una salida de aguas pluviales desde dentro de una fosa, dentro de un enorme chalet. De la rejilla salía una olor espantosa a podrido, que nadie sabía de qué venía (en principio se pensó que un gato o un ratón se había colado en el agujero, y se había muerto y podrido allí dentro de la fosa). Se vació incluso el enorme depósito de agua pluvial de la fosa, y nadie sabía de adónde salía ese maldito olor que se notaba por toda la finca. Hasta que un día me metí yo adentro para ver qué es lo que pasaba, y casualmente me dí cuenta de que el olor procedía de un tubo recogedor del agua, que llevaba hacia una depuradora de esas enterradas que llaman "ecológicas", con unas bacterias dentro de su mecanismo que se suponen tienen la función de depurar el agua, pero que causan un mal olor espantoso. La solución era muy sencilla: para el tubo que tenía que llevar el agua depositada de aquella fosa, bastaba tan sólo con darle la forma de que formara un sifón, como los de cualquier lavabo o water, que impide la salida de los malos olores procedentes de las cloacas. Y de eso, nadie se había dado cuenta, con meses soportando malos olores y los lampistas probándolo todo, y gran disgusto del propietario del chalet. Es sólo un ejemplo para ilustrar las gandulerías que existen en las obras, y que son la fuente de todos los males. Y lo peor es que a mi ni siquiera me recompensaron por algo que varios lampistas se pasaron meses tratando de solucionar, cuando yo simplemente metiéndome allí adentro y observando, aporté la más sencilla de las soluciones, y desde entonces nunca más han vuelto a aparecer aquellos horribles malos olores.
Y no os cuento más casos por hoy, aunque me conozco un montón. ¡En total, que las obras se sabe cuando empiezan, pero no cuando acaban!
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