(UNA HISTORIA DE TRES ALBAÑILES)
Durante el siglo once se estaban plantando en Girona las bases de lo que sería una magnifica catedral de una sola nave, aprovechando los cimientos de una antigua iglesia de la época de los romanos. El maestro de obras era un monje a quien se le había encargado la tarea de supervisar el trabajo de todos los peones y artesanos.
Ese monje decidió llevar un estudio acerca de la práctica laboral de los albañiles. Seleccionó tres albañiles en representación de las diferentes aptitudes hacia su profesión.
Se fue a la cantera de donde extraían las piedras talladas y se acercó el primer albañil y le dijo: “Hermano, háblame acerca de tu trabajo”.
El albañil dejó por un momento lo que estaba haciendo y contestó: “Aquí me ves sentado delante de mi bloque de piedra, que mide un metro por medio metro por medio metro. Y con cada uno de los golpes de mi cincel contra la piedra siento que estoy desconchando una parte de mi vida. Mira, tengo las manos endurecidas y llenas de callos, la cara arrugada y los cabellos canosos. Este trabajo es el cuento de nunca acabar, lo mismo un día y otro. Me está matando.¿Dónde está la satisfacción?. Me habré muerto antes de que ni siquiera esté acabada una cuarta parte de la catedral”.
El monje se acercó al segundo albañil. “Hermano”, le dijo, “Háblame de tu trabajo”.
“Hermano”, contestó el albañil con una voz suave y uniforme, “aquí me ves, sentado de mi bloque de piedra que mide un metro por medio metro por medio metro. Y con cada uno de los trazos de mi cincel sobre la piedra siento que estoy labrándome una vida y un futuro. Mira, me ha permitido albergar a mi familia en una casa confortable, mucho mejor de la que yo mismo tuve. Mis hijos van a la escuela. Sin duda tendrán en la vida mucho más de lo que yo tengo. Todo esto ha sido posible gracias a mi trabajo. Al igual que yo le doy a la catedral a través de mi arte, la catedral me da a mi”.
El monje se acercó al tercer albañil. “Hermano”, le dijo, “háblame de tu trabajo”.
“Hermano”, le contestó con una sonrisa y una voz llena de alegría. “aquí me ves, sentado delante de mi bloque de piedra que mide un metro por medio metro por medio metro. Y con cada una de las caricias de mi cincel sobre la piedra le estoy dando forma a mi destino. Mira como la belleza atrapada dentro de la forma de esta piedra empieza a emerger. Aquí sentado estoy rindiendo un homenaje ya no solo a mi destreza y a las habilidades propias de mi profesión, sino que también estoy contribuyendo a todo aquello que valoro y en lo que creo, un universo –representado por la catedral- donde cada uno da lo mejor de si mismo, en beneficio de todos. Aquí junto a mi bloque de piedra, estoy en paz conmigo mismo y agradecido de que, aunque jamás llegaré a ver terminada esta gran catedral, todavía seguirá en pie después de que pasen mil años, como testigo en honor de lo que hay realmente valioso en todos nosotros y testamento del propósito para el cual el Todopoderoso me puso sobre esta tierra”.
El monje se fue y reflexionó acerca de todo lo que había estado escuchando de aquellos tres albañiles picapedreros sobre su versión de su propia profesión. Aquella noche durmió más plácidamente de lo que jamás hubiera hecho anteriormente y a la mañana siguiente, dimitió del cargo como maestro de obras para ponerse a trabajar de aprendiz con el tercero de los albañiles.
El autor XAVIER VALDERAS en la Catedral de Gerona |
Estupenda la entrevista a los albañiles. Yo siempre aprecio más el trabajo de los albañiles y el del maestro de obras que el de los arquitectos, en mi tierra no existe la profesión de aparejador, la hubo.
ResponderEliminarUn saludo y mi reconocimiento por su página