Aunque en principio era algo necesario para la construcción
de una vivienda, y la razón de ello venía justificada por la existencia del
resto de los edificios que rompían con el entorno, así como una serie de reglas
y pautas que cada ayuntamiento establece en su plan de obras y urbanismo,
aparte del nuevo apunte catastral, hoy en día la burocracia (e influida muy
especialmente por la codicia recaudatoria que trata de obtener ingresos por
todos los lados) exige solicitar un permiso de obras para cualquier cosa
insignificante o no que se haga en una finca aunque sea la construcción de la
pequeña caseta para el perro en el jardín, la construcción de una pequeña
piscina, o el simple pintado de la fachada.
Con lo cual, se quiera o no, es indispensable obtener el
permiso de obras antes de modificar cualquier aspecto exterior de una vivienda.
Se necesita tanto para la construcción de una vivienda nueva sobre la finca,
como para la renovación, reforma, ampliación o rehabilitación de la ya existente, y se precisa acompañar con la presentación de un croquis o proyecto (plano y memoria de detalles) elaborado por un facultativo.
Además, aparte, también se necesita un permiso de demolición
si se decide tirar a tierra la vieja construcción que hubiere dentro de la
finca o parcela.
Como se puede ver, algo que se justifica para ponerlo en
conocimiento del ayuntamiento y que lo autoriza.
Otro tema que no se justifica tanto, y que es muy
discutible, son lo caro de las tasas, la lentitud en aprobar los trámites, y la
insaciable codicia recaudatoria que a ello acompaña.
Normalmente el ayuntamiento concederá una placa que habrá
que colgar en la entrada de la obra y visible desde el exterior, para que se
sepa públicamente que se cuenta con el permiso de obras.
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