Como se sabe, la albañilería, aunque tiene muchos puntos de
contacto con la arquitectura, se diferencia, no obstante, de ésta, en que la
ejecución de las obras de arquitectura incluye necesariamente la albañilería,
pero no todas las obras de albañilería
pueden llamarse arquitectónicas, y un operario puede ser muy buen albañil sin
ser arquitecto, no pudiendo darse, en cambio, un buen arquitecto sin que a lo
menos pueda dirigir a un albañil en todas sus operaciones.
En una palabra, la
arquitectura regula las proporciones de los edificios y construcciones en
general y escoge el género de materiales apropiados a cada caso, mientras que
la albañilería sólo interviene para dar forma plástica y realización práctica a
las ideas y proyectos de la arquitectura. Por esa razón, aunque los estilos de
arquitectura han variado en diferentes periodos, la albañilería ha permanecido
poco menos que estacionada, pues los mismos, con corta diferencia, son los
materiales y principios de construcción
de que se servían los pueblos antiguos de los que se emplean en la actualidad.
Si alguna diferencia hay entre el arte del albañil antiguo y el de nuestros
tiempos, es precisamente en desventaja nuestra, dada la habilidad con que
aplicaban los principios de la albañilería los egipcios, griegos y romanos; muchos
de los monumentos que de ellos se conservan son obras maestras por su grandeza,
por la acertada elección de los materiales y por el arte con que los unían,
esto sin mencionar las construcciones ciclópeas, en las que los materiales no
aparecen unidos con ninguna argamasa intermedia.
Durante la dominación de los
godos, encontramos en las obras de albañilería una simetría y solidez
admirables, pero pierden el aspecto de sencillez que tenían las de los romanos,
ofreciendo en cambio mayor variedad y elegancia. Un paso muy notable ha dado,
sin embargo, la albañilería moderna al basarse sobre el conocimiento científico
de la naturaleza y propiedades de los materiales que se puede disponer.
Las
técnicas de base, de las que he hablado con anterioridad, nos permitirán
abordar algunos trabajos Estos no entrañan dificultades cuando se han elegido
bien los materiales y los productos necesarios para Su colocación o la forma que
pretendamos dar. Así, aplicar un revestimiento correctamente u obtener un buen
empotramiento de yeso, puede ser más difícil que montar un tabique, por ejemplo.
En todo caso, el método y la atención no pueden reemplazar la experiencia,
aunque serán condiciones indispensables para obtener resultados satisfactorios
Ahora bien, que nadie se llame a cuento: el oficio de albañil es muy duro, esforzado y cansado, y hay que tener muchos cojones para dedicarse a eso que muchos lo consideran como el "oficio más desgraciado del mundo", uno de los pocos, en las que las personas tienen que trabajar como mulas, y encima en situaciones que muchas veces son de mucho riesgo, de jugarse la vida. La obra muchas veces es moscas y polvo en verano, y barro y frío en invierno, sin que igualmente falte el polvo. Un trabajo que requiere respirar suciedad, y sudar suciedad, de modo que la ducha es de obligado cumplimiento todos los días. La mujer que se casa con un buen albañil, tiene la buena suerte de que se casa con un hombre limpio con quien compartir la cama, y a lo sumo fuerte, y con buenos músculos.
Los albañiles, cuando tienen que hacer de encofradores en la fase que están haciendo la estructura, por ejemplo, siempre tienen que trabajar a merced de la caprichosa intemperie, que precisa de gran resistencia física y gran capacidad para aguantar el stress. Cuando encofras, en invierno las armaduras, por ejemplo, suelen estar heladas, cubiertas de escarcha, que para cogerlas, a veces se tienen que templar un poco con el fuego de un soplete; en verano, a las tres de la tarde, como cualquier metal, las armaduras abrasan, a pesar de tener que cogerlas con los guantes para que no te quemes en el momento de colocarla en su sitio, y tampoco es cuestión de echarles agua para que no quemen, y eso si contar lo que pesa cada una de ellas en el momento de colocarlas.
Y cuando viene la cuba del hormigón, en pleno verano, se extenderá en el forjado como una sopa caliente que expele calor como si fuera un radiador, y aquello no se puede dejar, que hay que repartir bien el hormigón, nivelarlo, taponarlo, con unas botas de agua que no sabes para qué te las pones, si igualmente por dentro tienes los pies mojados de tanto sudar (claro que es para proteger la piel del contacto con el hormigón, ya que el cemento es corrosivo para la piel, y hay que protegerla como se pueda). Y luego ese hormigón, durante el forjado, expelerá mas calor. Nada agradable.
Y lo mismo te digo si en pleno verano tienes que poner tejas en una cubierta, aguantando el sol de justicia, con un simple sombrero de paja o de tejido para mojarlo, reventándote la espalda desnuda por el terrible calor a soportar en largas horas, o en invierno con el viento frío y a veces el suelo en pendiente helado, que si hay la escarcha del amanecer, incluso te juegas la vida por efecto de un mal resbalón, aunque lleves colgado encima el pesado y odioso arnés ataco con una cuerda.
En la época del boom, compensaba lo suyo, ya que era muy duro y arriesgado, pero ahora que los precios han reventado a precio de miseria uno se plantea si vale la pena seguir en el oficio que aparte de ser de los más antiguos (y nada de ver con la prostitución), es también uno de los más duros y desgraciados del mundo. Eso es el oficio de albañil.
En la época de Francisco Franco, que acostumbraba a ser una época en que un albañil empezaba en una empresa, cobraba el sueldo bajo propio de la época (igualmente en esa época su dinero tenía gran valor, porque todo estaba muy barato) y acostumbraba a quedarse toda la vida en la misma empresa, o se independizaba para crear otra de propia, ya que en las empresas de construcción, normalmente de carácter familiar, imperaba un sentido muy paternalista, ya que el amo de la empresa habitualmente había sido otro albañil que igualmente había empezado muy jovencito con 14 años, y te podía entender mejor que nadie. Era un oficio en el cual cada cual aprendía a su manera, y no era algo que se hubiera aprendido en escuelas de F.P. o de algún cursillo, aunque existían los cursos teóricos a distancia de CEAC sobre albañilería y obras.
Ya se empezaba con 14 años, para servir la pasta, acarrear los ladrillos, montar las bastidas a petición de los oficiales, limpiarles y guardarles las herramientas a los oficiales, quitar las runas y tener limpia la obra, etc.. etc..., y quien espabilaba un poco, podía aprovechar para hacer prácticas de colocar algún ladrillo o de enfoscar alguna pared. Luego con el paso de los años, la edad legal para trabajar se retrasaría a los 16 años, hasta que al final incluso con las nuevas normativas de seguridad y prevención, al parecer (y de esto no estoy muy seguro), por razones de ser un trabajo arriesgado, no permiten que nadie empiece a trabajar de albañil si no es a partir de los 18 años, aunque parece ser que en España todavía sigue siendo legal empezar a trabajar a los 16 años. Claro, lo que no se aprende y mama desde los 14 años, a los 18 años es más difícil de aprenderlo y mamarlo, lo cual hacen un nuevo albañil menos cualificado, más vago y menos preparado para la dureza que supone esa profesión.
Si el muchacho aprendía, se espabilaba, perseveraba, se esforzaba, iba aprendiendo y empezaba a adquirir méritos, y con ello a crear esa confianza que se necesita para poder ofrecerle las tareas a encomendar que iban saliendo sobre la marcha, y de ahí empezaba a salir el albañil, que si con el tiempo empezaba a entender de planos y tenía cierta capacidad de manejar personal, con el tiempo podría incluso llegar a encargado, distribuir los grupos de cuadrillas y organizar las obras de acuerdo con las directrices de los jefes. De este modo, un chico que había empezado con 14 años, a los 34 años ya tenía 20 años de experiencia en sus espaldas, y ya podía llegar a adquirir responsabilidades aceptando cargos de encargado, o ponerse autónomo para ser subcontratado, o crear su propia empresa en base a sus propios méritos, prestigio y fama con el que tendrían que empezar a salirle los clientes.
Pero los que se quedaban hasta el final en la misma empresa (si es que no la cerraban antes, ya que en este país nuestro hay más empresas que se mueren de jóvenes con 30 y pico años de vida, que de viejo, es decir que es raro que una empresa de construcción dure 50 años o más, aunque también las hay), con el paso de los años acusaban tal desgaste físico, que previo a la entrada en la edad de la jubilación pactaban con la empresa un despido que fuera satisfactorio para ambas partes. Si es cierto que en caso de despido o cierre de la empresa se tenía que pagar una indemnización en función de los años trabajados, pero antaño si bien podías jubilarte anticipadamente con 60, 62 ó 63 años, siendo la edad definitiva los 65 años, ya cuando pasabas directamente a la jubilación no iba a tener efecto esa jugosa indemnización que muchos reciben como una lotería.
Claro que si en vez de a los 65 años, te jubilabas antes, no cobrabas lo que te correspondía al 100% de la jubilación, e incluso podrías tener una quita del hasta el 40%. Pero se llegaba tan reventado a esa edad, que existían albañiles ya mayores que pedían a las empresas que los despidieran, aunque fuera a costa de no cobrar la indemnización, pues si te despedían con 63 años, te tocaba pasar a cobrar 2 años de paro, y luego automáticamente ya entrabas en la jubilación con la correspondiente indemnización que no la cobrabas igualmente si llegabas al camino final de los 65 años, cuando te tocaba jubilarte. De esta manera se beneficiaba el albañil, que a esa edad ya no estaba para muchos trotes y podía pasar primero 2 años cobrando el paro y luego ya a la jubilación, y la empresa porque aparte de no pagarle la indemnización se quitaba de encima a una persona que dada la edad, rendía menos que otros más jóvenes, aunque tuviera más experiencia.
Pero lo injusto es que con lo duro y desgastado que es ese oficio, los mineros de las empresas públicas tengan derecho a jubilarse con 45 años, y ahora piden que los albañiles se jubilen a los 67 años, con perspectivas que retrasar esa edad a los 70 años, una edad que en ese oficio se pone muy en duda si se puede llegar vivo. Eso es pues una cuestión de injusticia, impuesta por la casta política, para ahorrar pagar pensiones de jubilación, e impuesto por esa misma casta política, que siendo cabrones e insensibles, ninguno a trabajado ni tan siquiera de peón como para entender qué es lo que significa estar trabajando largos años en el rudo y crudo mundo de la construcción.
Y cuando viene la cuba del hormigón, en pleno verano, se extenderá en el forjado como una sopa caliente que expele calor como si fuera un radiador, y aquello no se puede dejar, que hay que repartir bien el hormigón, nivelarlo, taponarlo, con unas botas de agua que no sabes para qué te las pones, si igualmente por dentro tienes los pies mojados de tanto sudar (claro que es para proteger la piel del contacto con el hormigón, ya que el cemento es corrosivo para la piel, y hay que protegerla como se pueda). Y luego ese hormigón, durante el forjado, expelerá mas calor. Nada agradable.
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