La
figura de los “maestros de obras” ya aparecen desde los gremios de la Edad
Media, que incluso formaban logias masónicas agremiadas, y hasta mediados del
siglo XIX las construcciones fueron llevadas a cabo por una gran mayoría de
profesionales de formación empírica, la acumulada en los largos años de su
ejercicio en el oficio y la experiencia que con ello adquirían naturalmente con
sudor, trabajos y constante práctica; juntos a ellos operaban unos pocos
maestros de obras y arquitectos, ingenieros o aparejadores titulados
procedentes de escuelas reconocidas oficialmente de toda España.
Los profesionales de la construcción eran generalmente gente procedente del
campo y de las clases sociales modestas que accedían al oficio para ganarse la
vida con una base empírica y formados casi siempre en la tradición familiar o
local, es decir procedían de familias donde ya tenían un albañil, o eran gentes
que buscaban trabajo en las empresas de albañilería para la construcción de
cualquier edificio, aunque se empezara como cantero o mampostero en una época
que todavía no se conocía el hormigón armado y el ladrillo fabricado en gran
escala por máquinas y curado en unos hornos. Era una época que se respetaba
mucho la jerarquía y las categorías profesionales, cosa que beneficiaba a todos
en el sentido de “hacer carrera”.
Esencialmente se empezaba como pinche,
aprendiz o peón, y se aprendía a levantar un edificio, la
utilización adecuada de los materiales a emplear, la destreza en el manejo de
las herramientas, nociones sobre elementos artísticos
e interpretación de croquis, dibujos o planos, hasta que el aprendiz tras años
de duro trabajo se convertía en un gran albañil
experimentado capaz de levantar las paredes o muros bien rectos y anivelados, y con la
experiencia adquirida y mucha imaginación e ingenio en la ejecución de todo
tipo de construcciones, acababa por convertirse finalmente en un “maestro de
obras” capaz de ejecutar cualquier tipo de construcción, aunque fuera
autodidacta, y aunque algunos aparejadores de entonces, tenidos también por
“maestros de obras” que trabajaban en el tajo junto a los demás albañiles,
también completaban su formación con las enseñanzas de academias oficiales,
estudios y superación de pruebas para obtener los correspondientes títulos de
aparejador, agrimensor, o maestro de obras, estudios basados en matemáticas con
mucha geometría, nociones de física, técnicas de dibujo, y cultura general,
junto con demás nociones arquitectónicas.
A pesar de eso, eran muchos los
albañiles, que aunque fueran semi-analfabetos, se habían convertido en muy
buenos profesionales y artistas de la construcción, algunos incluso con diseños
y proyectos propios que sabían dibujar a modo de croquis encima de un papel,
con lo cual muchos incluso construían para ellos o para particulares sin
necesidad de arquitecto o de aparejador, y cuando esos eran necesarios, los
albañiles “maestros de obras” sabían tan bien de su propio oficio, que sólo
necesitaban a los arquitectos o aparejadores para que firmaran los planos y los
trámites, sin necesidad alguna de que supervisaran las obras. Seguro que
algunos de vosotros conoceréis algún albañil ya jubilado que se hizo su propia
casa los fines de semana, sin necesidad de arquitecto o aparejador, y que la
casa le salió destacada y envidiable en comparación a la de los otros vecinos.
Hoy en día las estúpidas normativas vigentes de la saturada burocracia, impiden hacen ese tipo de cosas, y
además lo ha encarecido todo muy considerablemente.
A principios de siglo XX, a pesar del
retraso y el subdesarrollo la producción agrícola e industrial española generó
riqueza y alimentó una nueva burguesía y clase obrera que constantemente
invertía en construcción, ya que todos querían tener su casa propia. Era
la época en que los albañiles podrían construir las viviendas domésticas más
populares, de la pequeña burguesía, empleados y la clase
proletaria con cierto poder adquisitivo que con mayor
o menor esfuerzo que daban los encargos de levantar sus casas con las
que albergar a sus familias. Lo hacían en una o dos plantas
(con posibilidades futuras de ampliación) y extendidas por el nuevo espacio
urbano de las ciudades y pueblos que constantemente hacían sus propios
planes de urbanismo.
Esas viviendas de época que con un estilo
propio por su sencillez, en muchos casos, llevaban
algún sello de la corriente arquitectónica del momento,
sobre todo de ese nuevo estilo que vino a llamarse modernista. De hace
ya varias décadas, las casas tenían un gusto más decorativo, sobretodo en las
fachadas, con los usos de balaustres, frisos, cornisas, etc…., todo sencillo
pero con cierto toque artístico que dejaba el sello y estilo de los albañiles
que lo construían, cosa que hoy en día ya se ha perdido, construyendo ahora las
casas con más funcionalidad y con cierto predominio de la obra vista sencilla
con ventanas y puertas de plástico o aluminio, así como ese nuevo y raro estilo
arquitectónico que se ha venido a llamar “casas de diseño”.
Tras la Guerra Civil, el régimen de Franco quiso poner en la
práctica aquello de “ni un hogar sin lumbre, ni un español sin pan”, creando un
ministerio de la vivienda para procurar, fomentar, promocionar y que no faltara
vivienda para las clases sociales más modestas, con la construcción de “casas
baratas” o de “obra sindical del hogar” por toda España, que dio un gran
impulso al oficio de la albañilería, sobretodo en los años del desarrollismo de
los años 60-70 en la que casas y pisos crecían como las setas por toda la
geografía española. Cientos de miles de españoles procedentes del campo y del
proletariado urbano, se dedicaron a la construcción, llegando a ser el de
albañil el más español y común de los oficios, siendo un motor económico de
progreso muy importante, junto con el turismo, y creándose miles de pequeñas y
medianas empresas de construcción, que indirectamente generaban muchos puestos
de trabajo.
Las especulación inmobiliaria de la primera década del
presente milenio, multiplicó las viviendas, pero dio lugar a la escasez de albañiles
que no podían absorber toda la demanda de trabajo y por presiones políticas trajo
consigo al sector del ladrillo innumerables normativas que han terminado por
confundir los papeles y ya no se sabe ni dónde empieza ni dónde acaba lo de
“maestro de obras”, aparte de habiéndose formado una especialización en el
campo de la construcción, es decir, por ejemplo, existen albañiles especializados
unos en poner ladrillos caravista, otros en encofrar, otros en poner tejas,
otros en colocar alicatados en cocinas y baños,…siendo cada vez más difícil
encontrar el albañil que sea un profesional de todo en general y que además
sepa interpretar los planos de la parte facultativa y las normativas de los de
prevención y riesgos. Con lo cual hoy en día la figura del “maestro de obras”
está en clara decadencia y extinción, siendo complicada la coordinación de una
obra en común, con tantas partes especializadas que naturalmente crean mucha
confusión entre las distintas cuadrillas de albañiles, pues no queda muy claro
donde empieza la competencia de los unos y termina la de los otros.
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