Se acerca San Antonio, patrón de los albañiles, y he pensado que por mi parte y como antiguo profesional del sector actualmente en paro, habría que hacer un balance y reflexión acerca de uno de los sectores más castigados por la crisis, que ha dejado el sector jodido, pero que muy jodido, hasta tal punto que dentro del gremio existe una verdadera y callada guerra civil encubierta: lo que los partidarios de seguir con el orden legal imperante llaman el “intrusismo profesional”, y que tiene como objetivo su persecución por parte de de las instituciones públicas y el resto de las privadas interesadas, y que busca además denunciar y perjudicar a todo aquel que se le pille trabajar en negro dentro del gremio de la construcción. Inevitablemente la crisis económica ha reventado precios, lo que ha hecho que ajustarse a las excesivas y abusivas normativas encareciera demasiado el servicio al consumidor, en unos momentos como los actuales de extendido pesimismo que no abundan demasiado los capitales particulares para invertir en obras, y mucho menos los bancos están dispuestos a conceder créditos a los consumidores tan fácil y alegremente como en los pasados años del “boom de la construcción”. Aunque por parte oficial se trata de sensibilizar a los consumidores que opten por contratar empresas y profesionales legalmente constituidos, sin fomentar la economía sumergida y asegurar que la ejecución de la obras se hará con las “garantías de seguridad adecuadas y conociendo las responsabilidades delante de posibles incidencias”,….en la práctica la que realmente manda en el mercado del ladrillo es la ley de la oferta y la demanda, y más en épocas de crisis, más que nunca se demandan precios bajos a la hora de hacer obras o reformas de viviendas. Se dice que existe un “instruismo profesional” por parte de albañiles que en realidad no son “intrusos” ni simples maestros de la chapuza, sino que muchísimos de ellos son profesionales de gran talento muy bien preparados por la experiencia y los años de trabajo, pero que no disponen de “carnet profesional”, están muy afectados por la falta de trabajo, y consecuencia de ello tampoco están dispuestos a asumir una serie de normativas que encarecerían mucho el servicio al consumidor y al mismo tiempo le supondría muy poca ganancia.
Piensese en la gran cantidad de autónomos y sus respectivas cuadrillas que se han quedado sin trabajo, sean albañiles, yeseros, colocadores, pintores, etc…, y encima no tienen ningún derecho a cobrar la prestación por desempleo. Y no digamos otros sectores muy afectados indirectamente, como el gremio de los lampistas-fontaneros, o los carpinteros. Esas cosas tales como cumplir todas las obligaciones tributarias a las distintas administraciones, pagar seguros sociales obligatorios, cumplir normas de seguridad e higiene –que nadie entiende ni se acuerda-, etc… supone unos costes inasumibles, que asustan al consumidor y restan ganancias al profesional que ya está bastante afectado por la crisis económica que se está viviendo por los tiempos que corren y por el paro general de todo el sector, muchos de los cuales están completamente endeudados y encima con distintos clientes que les deben dinero (morosos). Es lógico que tal como están las cosas, para ganarse la vida, una inmensa mayoría de los profesionales del ladrillo elude todo lo que puede y es visible a los ojos de los posibles chivatos, y en la medida que puede trata de hacer los trabajos en negro, porque los tiempos no dan para otras cosas, sobretodo por parte de aquellos que no tienen la ayuda de la prestación o subsidio de paro alguno. Antes con la economía sobrecalentada, se toleraba todo esto de pagar tasas y cumplir normas, porque en el club del ladrillo casi todos tenían trabajo de sobras y se cobraba sin muchos problemas aunque se trabajara poco, pero ahora las cosas han cambiado muy a por peor, y cada uno tiene que buscarse los garbanzos como puede, a precios reventados y matándose a trabajar en unas condiciones de casi esclavitud, o la feroz competencia se queda con el escaso trabajo disponible. La culpa de esos comportamientos “irregulares” por parte de los profesionales de la construcción que solo buscan ganarse la vida, son de los políticos y de las mafias tanto sindicales, como empresariales, como resto de corporativismos que viven de ello (aparejadores, funcionarios de riesgos laborales, cámara de comercio que se mantiene con cuotas obligatorias a autónomos, gestores de los papeleos, etc…), unos personajes que nunca están en las obras trabajando de verdad, que no sudan ni se ensucian de polvo, que no se revientan las espaldas, que no están a todas horas aguantando sol, frío, viento o lluvia, que no arriesgan nada en subirse a un elevado andamio,…y que tan sólo están para mirar y sancionar, y encima vivir de ese chollo legal de costosas normativas que les permite vivir del cuento sin trabajar,…que tanto perjudica al profesional albañil tanto por exprimirle a impuestos como al exigirle una serie de normas entorpecedoras que muchas veces no le sirve en la eficacia de su trabajo, como igualmente perjudica al consumidor pagando unos inútiles sobrecostos que lo encarecen todo y que son también causa de que no se regenere ni se dinamice el sector con lo falto de contratas de obras que está, es decir, hay muchas cosas que no animan al inversor particular en sus reformas de obras, y que en la medida de lo posible opta por el profesional que trabaja en negro, mucho más barato,…pero inevitablemente arriesgado y a expensas de que cualquiera pueda dar el chivatazo ya que es muy fuerte la falta de trabajo en el sector, y todos ven que pueden llegar a ver con mala envidia a todo aquel que tenga trabajo.
Píenseme en todos los que quieren cobrar su tajada de pastel en las obras en forma de tasas diversas: Generalitat, ayuntamientos, cámara de comercio, los de “riesgos laborales”, los seguros obligatorios, los técnicos (arquitectos y aparejadores), los gestores de los distintos papeleos, etc……..todos representan unos sobrecostes improductivos, que si sólo se descontara básicamente lo realmente productivo y precio justo de la mano de obra del albañil, el material, la luz y el agua, y elaborar el plano, la diferencia de precio puede ser considerable,…..y naturalmente todos esos que hasta ahora han vivido de las inútiles tasas y normativas son los más interesados en perseguir la economía sumergida, eso que llama “trabajo en negro”, y que encima a los albañiles les resulta más cómodo y eficaz trabajando haciendo uso del sentido común, y no de absurdas normativas (que los otros dicen que es por “seguridad”), cuando en la práctica la inmensa mayoría de los accidentados en la construcción son inmigrantes de países donde se trabaja de cualquier manera sin ir con cuidado. Y no digamos por otra banda, otra parte también muy perjudicada puede también dar el chivatazo a ese supuesto “instruísmo que trabaja en negro”, los otros miles de albañiles en paro, víctimas del pinchazo financiero-inmobiliario, que ven con mala envidia que otros trabajen y que uno mismo tenga que estar involuntariamente en paro.
Para ir bien, todo tendría que cambiar: suprimir las tasas tributarias, así como las excesivas normativas, y sustituirlas por un marco de libre competencia donde se aplique el sentido común, sin que tasas ni normativas tengan que ser impedimentos que causan muchos problemas y lo encarecen todo de un modo exagerado. De esta manera la confianza volvería al sector y los consumidores invertirían más en el ladrillo, reformando sus viviendas, o construyendo la vivienda para los hijos. No se puede seguir siendo tan hipócritas llenándose la boca de palabras como “seguridad”, “garantías legales”, “cumple la norma ISO de calidad”, etc…, y de todos modos siempre es mejor el coste de perder 2 vidas en un accidente de la construcción (que en muchos casos es por no ir expresamente con cuidado), que no dejar 20.000 ó 200.000 albañiles sin trabajo por culpa de esas normativas y todas esas tasas abusivas. Es el propio libre mercado quien recompensa la calidad y la excelencia, y el que margina y aparta a los malos profesionales, con lo cual no nos hacen falta ni tributos ni normativas, sino simplemente sentido común y empresas que mejoren por el sano ejercicio de la competitividad.
Y para complicar más la cosa, con el falso propósito de la Administración de estimular el trabajo en el ramo de la construcción, recientemente hace cosa de año y medio o dos, ha salido una nueva ley que mediante una inspección técnica por parte de algún aparejador o arquitecto obliga a hacer un mantenimiento preventivo para las viviendas plurifamiliares de más de 45 años (una revisión obligatoria para obtener un certificado de aptitud que garantice el buen estado). Una medida absurda porque ese tipo de edificios suelen ser los que los habitan las rentas más bajas, y no pueden pagarse los costes de pagar a albañiles y técnicos aparejadores para que valoren e insinúen la obra o reforma obligatoria que habría que hacer, así como de los impuestos que de ello han de derivar. Y aquí se va contra la ley de la oferta y la demanda, en la que son los mismos particulares los que se han de preocupar de buen estado o reformas de sus propios edificios, según les permitan sus propios medios económicos, que por otra parte, como ya llevamos varios años con el seguro obligatorio de las viviendas impuesto por las comunidades autónomas, cualquier incidencia ya debería de estar cubiertas por dicho seguro, y no tener que crear más costosas obligaciones burocráticas que cada vez lo encarecen todo. Todos sabemos que el de albañil está considerado como el más español de todos los oficios, aunque sea el más duro y explotado, y que en los últimos años del anterior Jefe del Estado Francisco Francisco Franco, que incluso tenía un “ministerio de la vivienda”, apenas casi no existían ni tasas ni normativas que recayeran sobre la actividad constructiva, y que cualquier particular se podía llegar a pagar su hipoteca en un promedio de unos 10 años, una época en la que aunque se ganaba poco, se podía comprar mucho porque todo era baratísimo, y no lo encarecían ni tasas ni normativas como las que tenemos en la actualidad, a pesar de no tener las ventajas tecnológicas ni la maquinaria que se dispone de hoy en día y que teóricamente con ello debería de haber bajado mucho los costes de edificar, pero no ha sido así, por culpa de todos esos males que todos sobradamente conocemos y que no son otra cosa que las distintas tasas tributarias y las distintas normativas que obligan.
Piensese que antaño un peón, si tenía destreza podía manejar una grúa; hoy en día tienes que tener un carnet de gruísta, que te exige un curso de unas 200 horas. Antes cualquier peón podía llevar un toro-elevador, hoy te exigen el carnet de torero que supone un curso de 40 horas como mínimo, y con ello aprobar para sacarte el carnet. Antes, cualquiera podía manejar una retroexcavadora para cavar una zanja, hoy en día te exigen un carnet de operador de retro, que supone aprobar un curso de 130 horas, etc…, etc…., y un largo etcétera diverso con el cual el currante de la construcción, que suele trabajar un mínimo de 10 agotadoras horas diarias, y al regreso a casa cansado tiene una familia que llevar, ¿adónde va a sacar el tiempo para esos cursillos de tantas horas con los que sacarse el determinado carnet, si estas máquinas cualquiera con un mínimo de destreza está preparado para llevarlas?. Es como cualquiera puede llevar un coche, pero ahora te obligan a un carnet que casi te exige ser mecánico para poder llevar coche, todo un absurdo. Las grúas las montan, desmontan y las reparan los técnicos en grúas, pero el manejo de la grúa lo puede hacer cualquier peón, del mismo modo que un coche lo lleva cualquiera, pero repararlo suele hacerlo un mecánico. Eso es tan sólo uno de los muchos absurdos que encarecen y entorpecen todo en el ramo del ladrillo, y por eso, más que no mejorar las cosas, en realidad han empeorado siendo todo más caro y con un resultado final más chapucero como todos sabemos, porque esas cosas no fomentan la competitividad y la eficacia, sino la picaresca y la chapuza. Y por si aún parece poco, desde este presente año 2012 a todo albañil se le exige un “carnet de albañil”, o no puede ejercer, cuando en realidad existen miles de mejores albañiles con toda clase de talentos, creatividad y capacidad, que no tienen carnet alguno y que son los mejores de su oficio, siendo esto una auténtica burla hacia todos estos grandes profesionales que lo son por méritos propios, y no por lo que diga un simple carnet que en la práctica no prueba nada. Así están las cosas, lamentablemente.
De seguir así, creo que el futuro de los profesionales del ladrillo pinta negro. Basta ver que desde el inicio de la crisis a principios del año 2008, los salarios han caído a más de la mitad, y el mileurismo pronto empezará a convertirse en un sueño. A este paso vamos camino a un sistema de impuestos muy altos, muchas normativas que entorpecerán todo y restarán toda clase de eficacia porque no fomentan la competitividad, y de salarios muy bajos en un mercado como el actual donde escasea mucho el dinero y los bancos ponen todo tipo de trabas a conceder préstamos. Me atrevo a decir que a marchas forzadas vamos hacia el quinientoseurismo, y esa crisis en el ramo de la construcción puede durar por lo menos un par de décadas, igual como ha ocurrido en Japón cuando la burbuja inmobiliaria estalló a medianos de los años ochenta y todavía perdura. Claro que la reconversión y la alternativa posible en el gremio son la cartera de diversos remiendos. Pero quien quiera ganar dinero en el sector, se tendrá que arriesgar en la medida de lo posible, y eso significa trabajar en negro, y burlar tasas y normativas, con lo cual, si los políticos no lo remedian haciendo que volvamos más o menos como estábamos en la época de Franco, vamos camino a marchas forzadas de convertirnos en una economía de subsistencia donde lógicamente imperará el libre mercado y sus leyes de oferta y demanda, es decir la mejor calidad al mejor precio, sin preguntar demasiado si tributas a hacienda o al ayuntamiento o si cumples determinada norma. Esa es la pura y cruda realidad en el mundo del ladrillo, y el que fue el más noble y español de los oficios, el albañil, acabará siendo el último de los oficios, un oficio tan duro, sacrificado y sobreexplotado, que al final el país terminará por necesitar a los chapuceros de otros países, pero eso sí: quitando tasas y normativas, porque si sigue sí, el albañil es una clara especie en peligro de extinción.
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